El
Decamerón Giovanni Boccaccio
QUINTA JORNADA – NARRACIÓN CUARTA
Ricciardo Manardi es
hallado por micer Lizio de Valbona con su hija, con la cual se casa, y con su
padre queda en paz.
Al callarse Elisa, las alabanzas
que sus compañeras hacían de su historia escuchando, ordenó la reina a
Filostrato que él hablase; el cual, riendo, comenzó:
-He sido reprendido tantas veces por tantas de vosotras porque
os impuse un asunto de narraciones crueles y que movían al llanto, que me
parece (para restañar algo aquella pena) estar obligado a contar alguna cosa
con la cual algo os haga reír; y por ello, de un amor que no tuvo más pena que
algunos suspiros y un breve temor mezclado con vergüenza, y a buen fin llegado,
con una historieta muy breve entiendo hablaros.
No ha pasado, valerosas señoras, mucho tiempo desde que hubo en
la Romaña un caballero muy de bien y cortés que fue llamado micer Lizio de
Valbona, a quien por acaso, cerca de su vejez, le nació una hija de su mujer
llamada doña Giacomina; la cual, más que las demás de la comarca al crecer se
hizo hermosa y placentera; y porque era la única que les quedaba al padre y a
la madre sumamente por ellos era amada y tenida en estima y vigilada con
maravilloso cuidado, esperando concertarle un gran matrimonio.
Ahora, frecuentaba mucho la casa de micer Lizio y mucho se
entretenía con él un joven hermoso y lozano en su persona, que era de los
Manardi de Brettinoro, llamado Ricciardo, del cual no se guardaban micer Lizio
y su mujer más que si hubiera sido su hijo; el cual, una vez y otra habiendo
visto a la joven hermosísima y gallarda y de loables maneras y costumbres, y ya
en edad de tomar marido, de ella ardientemente se enamoró, y con gran cuidado
tenía oculto su amor. De lo cual, percibiéndose la joven, sin esquivar el
golpe, semejantemente comenzó a amarle a él, de lo que Ricciardo estuvo muy
contento.
Y habiendo muchas veces sentido deseos de decirle algunas
palabras, y habiéndose callado por temor, sin embargo una vez, buscando ocasión
y valor, le dijo:
-Caterina, te ruego que no me hagas morir de amor.
La joven repuso de súbito:
-¡Quisiera Dios que me hicieses tú más morir a mí!
Esta respuesta mucho placer y valor dio a Ricciardo y le dijo:
-Por mí no quedará nada que te sea grato, pero a ti corresponde
encontrar el modo de salvar tu vida y la mía.
La joven entonces dijo:
-Ricciardo, ves lo vigilada que estoy, y por ello no puedo ver
cómo puedes venir conmigo; pero si puedes tú ver algo que pueda hacer sin que
me deshonre, dímelo, y yo lo haré.
Ricciardo, habiendo pensado muchas cosas, súbitamente dijo:
-Dulce Caterina mía, no puedo ver ningún camino si no es que
pudieras dormir o venir arriba a la galería que está junto al jardín de tu
padre, donde, si supiese yo que estabas, por la noche sin falta me las
arreglaría para llegar, por muy alta que esté.
Y Caterina le respondió:
-Si te pide el corazón venir allí creo que bien podré hacer de
manera que allí duerma.
Ricciardo dijo que sí, y dicho esto, una sola vez se besaron a
escondidas, y se separaron. Al día siguiente, estando ya cerca el final de
mayo, la joven comenzó delante de la madre a quejarse de que la noche anterior,
por el excesivo calor, no había podido dormir. Dijo la madre:
-Hija, pero ¿qué calor fue ése? No hizo calor ninguno.
Y Caterina le dijo:
-Madre mía, deberíais decir «a mi parecer» y tal vez diríais
bien; pero deberíais pensar en lo mucho más calurosas que son las muchachas que
las mujeres mayores.
La señora dijo entonces:
-Hija, es verdad, pero yo no puedo hacer calor y frío a mi
gusto, como tú parece que querrías; el tiempo hay que sufrirlo como lo dan las
estaciones; tal vez esta noche hará más fresco y dormirás mejor.
-Quiera Dios -dijo Caterina-, pero no suele ser costumbre, yendo
hacia el verano, que las noches vayan refrescándose.
-Pues -dijo la señora-, ¿qué vamos a hacerle?
Repuso Caterina:
-Si a mi padre y a vos os placiera, yo mandaría hacer una camita
en la galería que está junto a su alcoba y sobre su jardín, y dormiría allí
oyendo cantar el ruiseñor; y teniendo un sitio más fresco, mucho mejor estaría
que en vuestra alcoba.
La madre entonces dijo:
-Hija, cálmate; se lo diré a tu padre, y si él lo quiere así lo
haremos.
Las cuales cosas oyendo micer Lizio a su mujer, porque era viejo
y quizá por ello un tanto malhumorado, dijo:
-¿Qué ruiseñor es ése con el que quiere dormirse? También voy a
hacerla dormir con el canto de las cigarras.
Lo que sabiendo Caterina, más por enfado que por calor, no
solamente la noche siguiente no durmió sino que no dejó dormir a su madre,
siempre quejándose del mucho calor, lo que habiendo visto la madre fue por la
mañana a micer Lizio y le dijo:
-Micer, vos no queréis mucho a esta joven; ¿qué os hace
durmiendo en esa galería? En toda la noche no ha cerrado el ojo por el calor; y
además, ¿os asombráis porque le guste el canto del ruiseñor siendo como es una
criatura? A los jóvenes les gustan las cosas semejantes a ellos.
Micer Lizio, al oír esto, dijo:
-Vaya, ¡que le hagan una cama como pueda caber allí y haz que la
rodeen con sarga, y que duerma allí y que oiga cantar el ruiseñor hasta
hartarse!
La joven, enterada de esto, prontamente hizo preparar allí una
cama; y debiendo dormir allí la noche siguiente, esperó hasta que vio a
Ricciardo y le hizo una señal convenida entre ellos, por la que entendió lo que
tenía que hacer.
Micer Lizio, sintiendo que la joven se había acostado, cerrando
una puerta que de su alcoba daba a la galería, del mismo modo se fue a dormir.
Ricciardo, cuando por todas partes sintió las cosas tranquilas, con la ayuda de
una escala subió al muro, y luego desde aquel muro, agarrándose a unos
saledizos de otro muro, con gran trabajo (y peligro si se hubiese caído), llegó
a la galería, donde calladamente con grandísimo gozo fue recibido por la joven;
y luego de muchos besos se acostaron juntos y durante toda la noche tomaron uno
del otro deleite y placer, haciendo muchas veces cantar al ruiseñor.
Y siendo las noches cortas y el placer grande, y ya cercano el
día (lo que no pensaban), caldeados tanto por el tiempo como por el jugueteo,
sin tener nada encima se quedaron dormidos, teniendo Caterina con el brazo
derecho abrazado a Ricciardo bajo el cuello y cogiéndole con la mano izquierda
por esa cosa que vosotras mucho os avergonzáis de nombrar cuando estáis entre
hombres. Y durmiendo de tal manera sin despertarse, llegó el día y se levantó
micer Lizio; y acordándose de que su hija dormía en la galería, abriendo la
puerta silenciosamente, dijo:
-Voy a ver cómo el ruiseñor ha hecho dormir esta noche a
Caterina. Y saliendo afuera calladamente, levantó la sarga con que estaba
oculta la cama, y a Ricciardo y a ella se encontró desnudos y destapados que
dormían en la guisa arriba descrita; y habiendo bien conocido a Ricciardo, en
silencio se fue de allí y se fue a la alcoba de su mujer y la llamó diciendo:
-Anda, mujer, pronto, levántate y ven a ver que tu hija estaba
tan deseosa del ruiseñor que tanto lo ha acechado que lo ha cogido y lo tiene
en la mano.
Dijo la señora:
-¿Cómo puede ser eso?
Dijo micer Lizio:
-Lo verás si vienes enseguida.
La señora, apresurándose a vestirse, en silencio siguió a micer
Lizio, y llegando los dos juntos a la cama y levantada la sarga claramente pudo
ver doña Giacomina cómo su hija había cogido y tenía el ruiseñor que tanto
deseaba oír cantar. Por lo que la señora sintiéndose gravemente engañada por Ricciardo
quiso dar gritos y decirle grandes injurias, pero micer Francisco le dijo:
-Mujer, guárdate, si estimas mi amor, de decir palabra porque en
verdad, ya que lo ha cogido, será suyo. Ricciardo es un joven noble y rico; no
puede darnos sino buen linaje; si quiere separarse de mí con buenos modos
tendrá que casarse primero con ella, así se encontrará con que ha metido el
ruiseñor en su jaula y no en la ajena.
Por lo que la señora, consolada, viendo que su marido no estaba
irritado por este asunto, y considerando que su hija había pasado una buena
noche y había descansado bien y había cogido el ruiseñor, se calló. Y pocas
palabras dijeron después de éstas, hasta que Ricciardo se despertó; y viendo
que era día claro se tuvo por muerto, y llamó a Caterina diciendo:
-¡Ay de mí, alma mía! ¿Qué haremos que ha venido el día y me ha
cogido aquí?
A cuyas palabras micer Lizio, llegando de dentro y levantando la
sarga contestó:
-Haremos lo que podamos.
Cuando Ricciardo lo vio, le pareció que le arrancaban el corazón
del pecho; e incorporándose en la cama dijo:
-Señor mío, os pido merced por Dios, sé que como hombre desleal
y malvado he merecido la muerte, y por ello haced de mí lo que os plazca, pero
os ruego, si puede ser, que tengáis piedad de mi vida y no me matéis.
Micer Lizio le dijo:
-Ricciardo, esto no lo ha merecido el amor que te tenía y la
confianza que ponía en ti; pero puesto que es así, y que a tan gran falta te ha
llevado la juventud, para salvarte de la muerte y a mí de la deshonra, antes de
moverte toma a Caterina por tu legítima esposa, para que, así como esta noche
ha sido tuya, lo sea mientras viva; y de esta guisa puedes mi perdón y su
salvación lograr, y si no quieres hacer eso encomienda a Dios tu alma.
Mientras estas palabras se decían, Caterina soltó el ruiseñor y,
despertándose, comenzó a llorar amargamente y a rogar a su padre que perdonase
a Ricciardo; y por otra parte rogaba a Ricciardo que hiciese lo que micer Lizio
quería, para que con tranquilidad y mucho tiempo pudiesen pasar juntos tales
noches. Pero no hubo necesidad de muchos ruegos porque, por una parte, la
vergüenza de la falta cometida y el deseo de enmendarla y, por otra, el miedo a
morir y el deseo de salvarse, y además de esto el ardiente amor y el apetito de
poseer la cosa amada, de buena gana y sin tardanza le hicieron decir que estaba
dispuesto a hacer lo que le placía a micer Lizio; por lo que pidiendo micer
Lizio a la señora Giacomina uno de sus anillos, allí, sin moverse, en su
presencia, Ricciardo tomó por mujer a Caterina.
La cual cosa hecha, micer Lizio y su mujer, yéndose, dijeron:
-Descansad ahora, que tal vez lo necesitáis más que levantaros.
Y habiendo partido ellos, los jóvenes se abrazaron el uno al
otro, y no habiendo andado más que seis millas por la noche anduvieron otras
dos antes de levantarse, y terminaron su primera jornada. Levantándose luego, y
teniendo ya Ricciardo una ordenada conversación con micer Lizio, pocos días
después, como convenía, en presencia de sus amigos y de los parientes, de nuevo
desposó a la joven y con gran fiesta se la llevó a su casa y celebró honradas y
hermosas bodas, y luego con él largamente en paz y tranquilidad, muchas veces y
cuanto quiso dio caza a los ruiseñores de día y de noche.
El Decameró (en italià: Decameron, Decamerone;
paraula composta a partir del grec δέκα
"deu" i ἡμέρα "dia") és una obra magna de la literatura medieval europea. Escrita en
toscà per Giovanni Boccaccio durant els anys 1350 i 1353, consta de cent
contes i novel·les breus que s'expliquen deu joves durant deu dies.
Durant la pesta negra de 1348 a Florència,
Boccaccio imagina que set noies i tres joves fugen de la ciutat per tancar-se
dins una villa. Allí es dedicaran exclusivament a l'oci,
despreocupats i sense prejudicis, menjant, cantant, dansant i, en especial,
explicant-se històries tots plegats. Aquestes històries constitueixen el
vertader nucli de l'obra, de manera que la peripècia dels joves o història marc és
tan sols l'excusa per poder mostrar l'inventari d'exempla al més
pur estil medieval, si bé amb una moralina de sensibilitat pròpia de l'humanisme.
La temàtica és rica: de viatges, de separacions i retrobaments, d'estirabots
burlescos, d'amors ideals que acaben tràgicament, d'amors molt més terrenals
que acaben feliçment amb la consumació de la passió carnal, de mentides i
escarnis a les institucions religioses... En tots ells es repeteixen abundants
tòpics i es mostren algunes concepcions filosòfiques i literàries de l'època,
el xoc entre la nova sensibilitat humanista i l'arrelat teologisme. Cal
recordar que la formació i bagatge de Boccaccio són vastíssims i que sovint el
que se'ns mostra com un senzill argument d'embolics i trifurques amaga sota
aquesta pell lúdica i irreflexiva tota una segona dimensió filosòfica i
erudita. Es compleix a la perfecció, doncs, el principi de qualsevol exemplum moralitzador,
el d'instruir tot divertint. La influència d'aquesta obra és immensa, i tant
per la seva qualitat intrínseca (en el contingut, però també en la forma, en
l'estil elegantíssim de Boccaccio) com per la fonda petja que ha deixat en
obres posteriors
Trad. Ramon Carrete
Trad. Ramon Carrete
Trad. Sagarra
ROMEO
Era l'alosa, que
anunciava l'alba,
no el rossinyol. No
veus aquelles franges
geloses, amor
meu, partint els núvols
a l'orient
llunyà? Ja són cremats
els ciris de la nit, i
el dia alegre
punteja les
muntanyes emboirades.
Cal partir i viure, o
bé restar i morir.
JULIET
La llum no és la del
dia, que jo ho sé.
És algun meteor que el
sol exhala,
per ser el
portabrandons, aquesta nit,
que et faci llum sobre
el camí de Màntua.
Queda't; tan
aviat no et cal anar-te'n
ROMEO
Que m'agafin i em
duguin a la mort;
estic content si
és que tu vols que sigui.
Jo diré que aquest
gris no ve dels ulls
del matí, i que
és tan sols el reflex pàl·lid
del front de Cíntia; i
que no és l'alosa
la que truca amb
les notes a aquest cel
tan elevat damunt
nostres testes
(...)
JULIET
Sí que ho és, sí que ho és. Vés-te’n
de pressa
Sí que és l'alosa, la que canta en fals
Sí que és l'alosa, la que canta en fals
Forçant amb desacord la nota
aguda.
Diu que l'alosa sol fer un dolç acord,
Diu que l'alosa sol fer un dolç acord,
I el d’aquesta no ho és, perquè ens
separa.
Diu que l'alosa i el gripau canvien ulls.
i ara jo voldria que canviessin
Diu que l'alosa i el gripau canvien ulls.
i ara jo voldria que canviessin
llurs tonades; què sense estar
separats,
ens espanta la veu que et fa fugir,
com el corn de cacera del nou dia!
Oh, vés-te'n! Es fa clar, sempre més
clar.
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